La muerte de Melisanda, Pablo Neruda

El poeta Pablo Neruda, con sombrero y bufanda
A la sombra de los laureles Melisanda se está muriendo. Se morirá su cuerpo leve. Enterrarán su dulce cuerpo. Juntarán sus manos de nieve. Dejarán sus ojos abiertos para que alumbren a Pelleas hasta después que se haya muerto. A la sombra de los laureles Melisanda muere en silencio. Por ella llorará la fuente un llanto trémulo y eterno. Por ella orarán los cipreses arrodillados bajo el viento. Habrá galope de corceles, lunarios ladridos de perros. A la sombra de los laureles Melisanda se está muriendo. Por ella el sol en el castillo se apagará como un enfermo. Por ella morirá Pelleas cuando la lleven al entierro. Por ella vagará de noche, moribundo por los senderos. Por ella pisará las rosas, perseguirá las mariposas y dormirá en los cementerios. Por ella, por ella, por ella Pelleas, el príncipe, ha muerto. Pablo Neruda

Oda a César Vallejo, Pablo Neruda

Pablo Neruda con saco y corbata
A la piedra en tu rostro, Vallejo, a las arrugas de las áridas sierras yo recuerdo en mi canto, tu frente gigantesca sobre tu cuerpo frágil, el crepúsculo negro en tus ojos recién desencerrados, días aquéllos, bruscos, desiguales, cada hora tenía ácidos diferentes o ternuras remotas, las llaves de la vida temblaban en la luz polvorienta de la calle, tú volvías de un viaje lento, bajo la tierra, y en la altura de las cicatrizadas cordilleras yo golpeaba la puertas, que se abrieran los muros, que se desenrollaran los caminos, recién llegado de Valparaíso me embarcaba en Marsella, la tierra se cortaba como un limón fragante en frescos hemisferios amarillos, te quedabas allí, sujeto a nada, con tu vida y tu muerte, con tu arena cayendo, midiéndote y vaciándote, en el aire, en el humo, en las callejas rotas del invierno. Era en París, vivías en los descalabrados hoteles de los pobres. España se desangraba. Acudíamos. Y luego te quedaste otra vez en el humo y así cuando ya no fuiste, de pronto, no fue la tierra de las cicatrices, no fue la piedra andina la que tuvo tus huesos, sino el humo, la escarcha de París en invierno. Dos veces desterrado, hermano mío, de la tierra y el aire, de la vida y la muerte, desterrado del Perú, de tus ríos, ausente de tu arcilla. No me faltaste en vida, sino en muerte. Te busco gota a gota, polvo a polvo, en tu tierra, amarillo es tu rostro, escarpado es tu rostro, estás lleno de viejas pedrerías, de vasijas quebradas, subo las antiguas escalinatas, tal vez estés perdido, enredado entre los hilos de oro, cubierto de turquesas, silencioso, o tal vez en tu pueblo, en tu raza, grano de maíz extendido, semilla de bandera. Tal vez, tal vez ahora transmigres y regreses, vienes al fin de viaje, de manera que un día te verás en el centro de tu patria, insurrecto, viviente, cristal de tu cristal, fuego en tu fuego, rayo de piedra púrpura. Pablo Neruda

A callarse, Pablo Neruda

Pablo Neruda con pipa


Ahora contaremos doce y nos quedamos todos quietos. Por una vez sobre la tierra no hablemos en ningún idioma, por un segundo detengámonos, no movamos tanto los brazos. Sería un minuto fragante, sin prisa, sin locomotoras, todos estaríamos juntos en un inquietud instantánea. Los pescadores del mar frío no harían daño a las ballenas y el trabajador de la sal miraría sus manos rotas. Los que preparan guerras verdes, guerras de gas, guerras de fuego, victorias sin sobrevivientes, se pondrían un traje puro y andarían con sus hermanos por la sombra, sin hacer nada. No se confunda lo que quiero con la inacción definitiva: la vida es sólo lo que se hace, no quiero nada con la muerte. Si no pudimos ser unánimes moviendo tanto nuestras vidas, tal vez no hacer nada una vez, tal vez un gran silencio pueda interrumpir esta tristeza, este no entendernos jamás y amenazarnos con la muerte, tal vez la tierra nos enseñe cuando todo parece muerto y luego todo estaba vivo. Ahora contaré hasta doce y tú te callas y me voy.
Pablo Neruda

Esclava mía, témeme. Ámame. Esclava mía, Pablo Neruda

  Pablo Neruda 10 ESCLAVA mía, témeme. Ámame. Esclava mía! Soy contigo el ocaso más vasto de mi cielo, y en él despunta mi alma como una es...